TOROS
Feria de Abril

La descarnada heroicidad de Manuel Escribano conmueve y rinde la Maestranza

El matador de Gerena vuelve del quirófano con una épica más allá de lo humano y corta dos orejas; un templado Borja Jiménez se hace con una en la difícil tarde de Roca Rey con los victorinos

La descarnada heroicidad de Manuel Escribano conmueve y rinde la Maestranza
Efe
Actualizado

Cuando la noche se cernía, quedó un nombre en pie por encima de todos como un solo hombre más allá de los límites de lo humano, como faro para héroes: Manuel Escribano. Y después todo lo demás y Borja Jiménez.

Los milagros, definitivamente, existen en Sevilla. Escribano puede atestiguarlo. Y Jiménez también. Uno con su vida; otro con su triunfo. Cuando Manuel volvió a salir desde el quirófano, en las postrimerías de la tarde, después de casi morir y resucitar, la plaza estalló en una ovación. Y, como si no se pudiera creer, entre voces de «¡torero, toreo, torero!», se fue a porta gayola. Otra vez al mismo sitio donde 120 minutos antes había caído herido. Recompuesto por dentro y revestido por fuera -en vaqueros y chaleco-, libró la larga cambiada y electrificó la Maestranza. Que se puso en pie como un calambre. Entre verónicas y compases de la banda que envolvía con un pasodoble, pudiendo tocar Wagner, la épica. Caían sombreros y asombros. Se había ido corriendo el turno -a la espera de la enfermería- de este cuarto que saltó como sexto, un tío que cerraba la fuerte y dispar corrida cinqueña.

La hazaña cobró visos de temeridad cuando agarró la banderillas, cojitranco para salir de los pares en mermada huida. Fueron «sólo» dos entre mucho miedo. Lo habían operado de la cornada con anestesia local precisamente para regresar. Dime tú, lector, un hombre en el mundo con esa capacidad de sufrimiento y superación. La faena de muleta transcurrió entre la angustia, las revueltas a veces belicosas del victorino -afortunadamente obediente- y el cuerpo doliente e impedido para escapar. Escribano dio la cara en una faena que no se puede juzgar más que desde la única perspectiva de al admiración al héroe. Que acabó por encontrar la veta del toro cuanto más se asentó. Inenarrable el mérito, la rendida admiración. Hasta la estocada final. Una eclosión de pañuelos y voces, la locura -la del público y la suya- que mereció el premio unánime de las dos orejas. Bien por la sensiblidad palco.

Hasta ese momento habían sucedido muchísimas cosas entre el jaleo de turnos corridos de los toros, con anuncio por una vez -ya era hora- de la megafonía que se apagó en Resurrección... La tarde había sido para Borja Jiménez hasta entonces. Desde que se hizo cargo del primero, el victorino hiriente. El toro, lejos de ser un fiera indómita, como a veces proyectan estos dramáticos trances, carecía de poder. Trémula seriedad. Humillador por las dos manos, pero tobillero y revoltoso por la derecha, se dio con bondadoso son por su izquierda. BJ lo supo esperar, jugarle los vuelos, acariciarlo. Sitio y temple para construir tres series de pausados naturales de notable trazo como piedra angular de la faena. De nuevo el torero de Espartinas sufrió el bisbiseo venenoso y tobillero del victorino -un cortocircuito por un susto inocuo- por su pitón derecho. Una estocada caída enfrió el eco de su templanza, y el saludo quedó en el fiel de la balanza.

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Y luego sucedió la aparición de Baratero. Un milagro divino. Un toro bajo, de nombre histórico en la casa, apretado, recortado, sevillano, dirían, que embestía a cámara lenta, dormido en sus infinitas calidades. Superado un inoportuno costalazo, escanciaba viajes como si surcara el albero. Borja Jiménez lo gozó al natural como la plaza entera, en la búsqueda siempre de la curva. Halla la reunión en ella, la dota de pulso y suple la exquisitez que no sobra rebozándose. Es la izquierda su mano, el giro coperniquiano de su toreo. Fluyó sereno, ordenado. Pulseando, ya digo. Bramaba la plaza. Hasta que varió el registro por una verticalidad que envaró, en un último instante, los naturales... Lo arregló con un doble cierre -notabilísimo uno hacia tablas y otro gennuflexo- de la coreada obra. El otro milagro, más allá de Baratero, es que se echase con esa media estocada tan trasera y tendida. Armó con cabeza una escenografía de la muerte demorada. Pero restó la espada a una faena, y a un toro, que debió ser de dos orejas. El victorino amargo saltó como quinto, andando, frenado, complejo. Borja se fue a la puerta de toriles y guerreó con él en una faena cortocircuitada por dos desarmes. Le buscó el sitio y las vueltas sin volver nunca la cara ni el asiento de planta.

La gran y forzada apuesta de Roca Rey con la corrida de Victorino Martín fue sellada por los otros protagonistas. Por diferentes circunstancias, propias y ajenas, pues por momentos se sintió en la Maestranza el plato frío de la venganza. Como si desde los tendidos de sol habitase el alma de Gerena y emitiesen la factura del veto a Daniel Luque a cobro revertido. Fue el único cuatreño en su lote. De escaso remate por detrás, otro toro por delante y, por dentro, francamente deslucido. Le exigieron y reprocharon su colocación. Siguieron con la tónica y la matraca ante un cuarto muy serio de esperanzadoras notas. Empeoró en un quite por chicuelinas de Borja Jiménez, y desde entonces le costaba romper hacia delante. RR volvía a empezar en cada muletazo perdiendo pasos hasta edificar una faena que podría encontrarse entre las más destacables de su carrera en Sevilla. Le pusieron sordina como fría venganza.

Ficha

LA MAESTRANZA. Sábado, 13 de abril de 2024. Sexta de feria. Lleno de «no hay billetes». Toros de Victorino Martín, todos cinqueños menos el 2º; serios en conjunto en sus diferentes hechuras y remates; de notable calidad el 3º; de buen pitón izquierdo el 1º; complicado el 5º; deslucido el 2º; obediente el 6º; manejable reponiendo el 5º.

MANUEL ESCRIBANO, DE NEGRO Y ORO. Estocada pasada (dos orejas).

BORJA JIMÉNEZ, DE MALVA Y ORO. Estocada caída (leve petición y saludos). En el tercero, media estocada trasera y muy tendida (oreja). En el quinto, estocada tendida (saludos).

ROCA REY, DE TEJA Y PLATA. Estocada algo tendida y atravesada (silencio). En el cuarto, estocada rinconera (ovación).