MADRID
Arte

El Tiflológico, un museo para tocar con las manos el Taj Mahal, la Cibeles o la Torre Eiffel

Ofrece a través de su colección una experiencia sensorial pensada especialmente para las personas ciegas

Réplica del Taj Mahal, en el Tiflológico.
Réplica del Taj Mahal, en el Tiflológico.FOTOS: ALFREDO MERINO
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«Aunque está diseñado para el uso de ciegos y quienes tengan alguna deficiencia visual, el museo está abierto para todos los públicos, tengan o no algún tipo de discapacidad». Con esta declaración de intenciones, inicia la visita del Museo Tiflológico Mireia Rodríguez, técnica responsable del centro.

Creado en 1992 por la Organización Nacional de Ciegos Españoles, ONCE, este museo surgió para proporcionar a los discapacitados visuales una experiencia sensorial a través de la percepción de diferentes obras de arte, con el fin de lograr su inclusión social y su acceso a la cultura.

El nombre deriva de la palabra griega tiflos, que significa ciego. Sin ser demasiado conocido, el año pasado recibió 17.500 visitas. El acceso es gratuito. Este museo también consigue que las personas que no son ciegas ni tienen deficiencias visuales se metan un rato en la piel de los invidentes. Situación que ayuda a comprender sus limitaciones y cómo aquellas las superan. Al tiempo, siembra un sentimiento empático que es caldo de cultivo para su inclusión social.

En otra de sus facetas, el Tiflológico promociona a los artistas invidentes y con deficiencia visual, mediante la organización de exposiciones y la adquisición de sus obras para engrosar los fondos de la institución.

El Museo Tiflológico incluye tres colecciones permanentes: la de las reproducciones de monumentos nacionales e internacionales, la segunda sección expone obras creadas por artistas ciegos y con discapacidad visual grave y la tercera incluye una selección de objetos y material tiflológico y bibliográfico de diferentes épocas.

Réplica de la Dama de Elche.
Réplica de la Dama de Elche.

Las salas de las reproducciones de monumentos es la parte más llamativa del Tiflológico. Organizadas en dos bloques: monumentos nacionales e internacionales, esta apabullante colección de réplicas espera a que se les toque. Permiten que a través de la palma de las manos se asimilen dimensiones, formas y estructuras de catedrales, torres, mezquitas e incluso de ciudades enteras.

«Las dimensiones de los monumentos reales hacen que sean inaccesibles a los invidentes, pero también a las personas con visión normal. Estas maquetas facilitan su comprensión», explica González.

Y al alcance de nuestra mano, la Puerta de Alcalá, la Cibeles, la catedral de Santiago de Compostela, los bisontes de Altamira, el acueducto de Segovia, la Sagrada Familia y así, hasta dos docenas en las filas de los nacionales. El Partenón, la torre Eiffel, el puente de la Torre de Londres, Santa Sofía, Jerusalén y la pirámide Mayor de Chichén Itzá, entre los internacionales.

«La exposición incluye 300 obras de las más de 1.600 de nuestros fondos». Realizadas en resinas, maderas, plásticos, piedras y otros materiales por maquetistas y artistas profesionales, cada una se tarda en producir unos dos años. «Recientemente hemos empezado a incorporar maquetas realizadas con impresión 3D, que es mucho más rápido», explica la técnica.

«El Taj Mahal es el primero», contesta Mireia sin dudarlo, cuando se le pregunta por cuál es la que causa mayor impresión entre los visitantes. «No solo por sus dimensiones, su perfección y la fidelidad con el edificio original de la India, también por el material que se ha utilizado para hacerlo».

Maqueta de la Puerta de Alcalá.
Maqueta de la Puerta de Alcalá.

La réplica de inmaculado color blanco está tallada con la misma clase de mármol que la del legendario monumento de Agra. Realizada por el artista Chris Avramov Christoph, tiene una altura de 86 centímetros. A pesar de sus dimensiones, no faltan detalles como la delicada decoración de los dinteles, las pequeñas cúpulas y los mosaicos estrellados.

Ante esta obra de arte, resulta irresistible no acariciar la redondeada cúpula, recorrer con los dedos los estilizados minaretes, sentir en las yemas la flor de loto de su punta... La agradable experiencia táctil se multiplica al cerrar los ojos.

En el otro extremo de la sala se escucha un griterío. «Una parte importante de nuestras visitas son colegios», señala González, y añade: «La mayor parte son de niños normales, sin ninguna clase de deficiencia». En torno a la torre de Pisa, a la chiquillada le cuesta guardar silencio para escuchar a la guía. «Si, claro que podréis tocarla, pero después de las explicaciones», contesta a la algarabía infantil.

«Hay veces, cuando vienen clases con muchos niños, no podemos dejar que toquen los monumentos», señala González. Y no es por miedo a que los rompan, es que para ver una de estas obras con los dedos, se necesita más tiempo que con el sentido de la vista. Supondría demorar la visita escolar mucho más tiempo del programado.

Hoy no son demasiados. Así que a los colegiales se les deja acariciar la torre inclinada. Obedientes, cierran los ojos cuando les llega su turno. «¡Ala!, sin ver es mucho más grande», «así no parece que está inclinada»... uno tras otro, experimentan el tacto como si fuera un juego.

La fuente de Cibeles.
La fuente de Cibeles.

«La percepción a través del sentido del tacto es mucho más lenta que con la vista. Y más reducida. Cuando entras en la sala, con una mirada controlas sus dimensiones y lo que tiene; una persona ciega no puede hacer esto, tiene que ir percibiéndolo todo más despacio, objeto por objeto», explica la responsable del museo.

Hacemos la prueba. Ante nosotros, la Dama de Elche. Cerramos los ojos y ponemos en marcha las manos. Los discos de la tiara es lo primero que se nos viene a los dedos. A continuación recorren el suave rostro, la nariz rectilínea, los labios. Más abajo, los collares que adornan el pecho de la dama ibérica. La exploración nos ha llevado un par de minutos. Mucho más tiempo del que emplea la mayoría de los visitantes del Museo Arqueológico Nacional, donde se exhibe la escultura íbera original. A ésta no dejan tocarla; solo se la puede mirar, y son pocos los que permanecen delante del busto más de 30 segundos.

Aquí todo está diseñado para la mejor comprensión de quienes tienen algún tipo de discapacidad visual. El amplio espacio expositivo facilita los desplazamientos. Ayudan mucho las diferentes clases del suelo. Los pasillos centrales tienen superficie de baldosas, mientras que las zonas de exhibición, que rodean las reproducciones, están cubiertas con moqueta. La diferencia en la textura y dureza de ambos materiales se detecta a través de la suela de los zapatos, permitiendo saber donde estás en cada momento.

La iluminación de las salas del Tiflológico, utilizando diferentes intensidades, facilita la experiencia museística a las personas con discapacidad visual que no son ciegos totales. El sistema de balizas inteligentes de guiado por sonido, que localiza los objetos cercanos mediante una aplicación para el móvil, ayuda por igual a unos y otros.

Siempre algo nuevo

El museo cuenta con audioguías que relatan un recorrido por las salas y permiten la visita autónoma. Antonio es un invidente que se mueve sin inconvenientes por el museo, mientras escucha una de ellas. «Suelo venir de vez en cuando. La verdad es que me lo conozco de memoria, pero con este aparato siempre se aprende algo nuevo», refiere.

Reproducción del Coliseo romano.
Reproducción del Coliseo romano.

Si las reproducciones de los monumentos sorprenden, la sección donde se exponen esculturas, pinturas y fotografías de artistas con discapacidad visual grave, deja pasmados a los visitantes. En busca de difundir sus obras y promocionar a sus creadores, para que puedan incorporarse al mundo de las artes plásticas, esta exposición permanente incluye parte de los fondos del Museo Tiflológico.

Es complicado entender como un escultor sordociego es capaz de realizar obras como Sueño de medianoche. El creador de este hermoso bronce es el gallego José María Prieto, un cotizado artista, que tiene otras obras en el Tiflológico. A su lado, una de las obras más reconocida de la colección: La Castañera, del también ciego Daniel Calvo Pérez.

No menos interesante es la tercera parte de este museo. Incluye un amplio muestrario de objetos y máquinas utilizadas para facilitar el acceso a la vida corriente a invidentes y discapacitados visuales. Las pautas Braille, diferentes tipos de aparatos reproductores y máquinas de escribir con una sola mano son algunos de ellos.

Se exhibe aquí una colección de cupones de ciegos. Algunos se remontan a épocas anteriores a la fundación de la ONCE -en principio denominada ONC- que sucedió en 1938, exactamente el 13 de diciembre, festividad de Santa Lucía, patrona de los invidentes.

Se conservan boletos de las abundantes rifas callejeras, organizadas en las primeras décadas del siglo XX por entidades locales, para ayudar a los invidentes. Estos cupones son ventanas abiertas a un tiempo en que ciego era sinónimo de mendigo y, lejos de la cultura que les regala este museo, lo único que obtenían de la sociedad era la caridad que sostenía su subsistencia.