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La gesta del colegio más humilde es llevada al cine: "Esta mentalidad es la que cambió este país"

La historia del profesor Enrique Sánchez y sus alumnos de primaria que se convirtieron en campeones de España de ajedrez contada por este diario en 2019 ahora revive en la pantalla con la comedia de Nacho G. Velilla 'Menudas piezas'

Enrique Sánchez y sus fabulosos alumnos, en 2019, inspiradores de la película 'Menudas piezas'.
Enrique Sánchez y sus fabulosos alumnos, en 2019, inspiradores de la película 'Menudas piezas'.JOSÉ AYMÁ
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En Las ruinas circulares, Borges imagina la posibilidad de un ser humano que no sea nada más que un sueño; un sueño de otro hombre empeñado en ser un dios capaz de imponer su sueño a la realidad. El relato del argentino es alegoría sobre los límites de la realidad, sobre el modo cómo la ficción ordena mundo y, apurando, es él mismo leyenda y, en efecto, sueño. Lo que nos viene a decir el argentino, entre otras muchas cosas, es que los sueños -como los mapas, las bibliotecas y las propias leyendas- no solo representan el territorio sino que acaban por cartografiarnos a nosotros mismos. Somos lo que vemos, tocamos o soñamos. En efecto, tal y como concluye el cuento, el hombre que sueña que su sueño puede llegar a ser realidad es él mismo un sueño; un sueño que camina sobre el fuego. Suena tremendo y lo es.

Como la de Borges, la historia de Enrique Sánchez, llamado por sus alumnos Donen, tiene mucho de sueño. Y de leyenda. Primero fue realidad inspirada por la posibilidad de un sueño y ahora es película que, como todas ellas y casi por definición, es sueño. Sueño sobre sueño. Leyenda sobre leyenda. Ficción que refuta lo real y realidad que se quiere cuento. Donen se revuelve y, cansado quizá de ser tratado como un héroe, se esfuerza en no confundir lo que considera su deber con una proeza. «Delante del tablero, todos somos iguales», dice a modo de aforismo y lema de vida.

Él es maestro jubilado del colegio orgullosamente público Marcos Frechín de Zaragoza y responsable, en calidad de ajedrecista de toda la vida y de monitor en horas fuera de clase del noble arte de los peones, de que cinco de sus alumnos (Leo, Anahi, Catalin, Alberto y África) se convirtieran campeones de España de ajedrez en 2018 derrotando no solamente a 38 escuelas de todo el país sino a todas las estadísticas imaginables. El modesto barrio obrero de Las Fuentes del que proceden se impuso a todos los colegios, a todos los privados, a todos los concertados y a todos los públicos situados en zonas con una renta media anual superior a los 24.884 euros (ahí están ellos). Luego llegó el Campeonato de Europa celebrado en Rumanía, pero aquello es otra historia.

La película Menudas piezas, de Nacho G. Velilla, cuenta su historia. Pero lo hace a su modo, mintiendo para que la verdad sea verdad del todo. Así son los grandes relatos, así se imprime la leyenda. «Tengo que confesar que fui a ver la película con escepticismo. En el tráiler no entendía nada... Pero me ha gustado mucho. Y a mis alumnos también», dice Sánchez para que no quede duda. El director, él mismo del barrio Delicias de Zaragoza, recuerda que cuando se tropezó con la proeza del maestro y sus alumnos quedó impresionado. La leyó en este mismo periódico en un reportaje firmado por Jorge Benítez. «Lo que me impresionó es la reflexión sobre la importancia de la educación pública y del buen profesor. Mi madre era viuda y, como toda su generación, estaba obsesionada en dar a sus hijos la educación que ella no había tenido. Esa mentalidad es la que ha cambiado este país», dice grave y en su afirmación traza las coordenadas que ordenan todo lo demás.

En puridad, lo que cuenta la cinta se inspira en la historia de Sánchez. No la adapta ni mucho menos la copia. De entrada, todo discurre en un instituto, que no en un colegio. Los chavales son mayores y sus problemas también. «Queríamos una edad más problemática en la que las decisiones son, si se quiere, irreversibles. La adolescencia, en definitiva, da más juego. Es la época que marca tu vida para siempre». Rocío, Pablo, Verónica, Kiko y Tuoxin Qiu son los que encarnan a Leo y los demás. Fueron seleccionados entre más de 2.500 pruebas realizadas a lo largo de seis meses. Todos debutantes, todos perfectamente impredecibles e incapaces en buena parte de la película de distinguir lo que es ficción de lo que es su realidad, lo que es su sueño de ser actores del sueño de ser soñados en el cine.

A Donen, al profesor, le encarna (por así decirlo) Alexandra Jiménez. Y en el soberbio y brutal contraste, la virtud. «En realidad, él y mi personaje no pueden ser más opuestos. Él es empático, humilde y generoso y Candela [así se llama en la pantalla] es egocéntrica y con una carencia emocional importante», razona la actriz para acto seguido dar una explicación cabal de lo que se antoja una contradicción insalvable. «Ella acaba por aprender tanto como los propios chicos. Ella, que siempre ha huido de lo que es y de donde procede, tiene que reconciliarse con su barrio, con su familia y consigo misma. Ese es su viaje», añade. Digamos que a fuerza de alejarse del Enrique Sánchez, el maestro jubilado, la película acaba por atrapar el sentido más auténtico de la historia de Enrique Sánchez. Leyenda que devora leyenda. Sueño que se sueña.

Para saber más

La película es comedia porque, como apunta Alexandra, la comedia dignifica lo que toca. «Una comedia se toma su tiempo y su distancia para analizar la situación que retrata; añade dignidad a la situación y a los personajes. No pretende conmoverte, pero acaba por hacerlo casi a su pesar», dice la protagonista en una perfecta descripción del alma mismo de Menudas piezas. El propio Velilla reconoce que ésta bien podría ser la más distinta (por emotiva y conmovedora incluso) de toda la larga lista de comedias que compone su filmografía. «Hay un tipo de comedia social, muy cerca de la italiana, que se hizo mucho en los años sesenta y que se dejó de hacer», reflexiona.

Lo cierto es que Menudas piezas milita no tanto en la sorpresa como en el mito. Una historia que de forma natural, casi sin pensar, pide para sí el mismo tratamiento que clásicos como Semilla de maldad, de Richard Brooks, o Rebelión en las aulas, de James Clavell, adquiere en manos de un director que diera sus primeros pasos en la serie 7 vidas el carácter siempre extraño de lo cercano, no por ordinario sino por milagrosamente inaudito. «Un hombre común en una situación extraordinaria. Ése es siempre el arranque de una buena historia», zanja el director.

Reparto de 'Menudas piezas'.
Reparto de 'Menudas piezas'.

Cuenta Sánchez que Leo dejó el ajedrez por el fútbol; que, sin embargo, Anahi y Catalin siguen; que Alberto, que no fue a Rumania, lo dejó casi de inmediato, y que África, que tampoco fue al campeonato europeo, se sacó tanto el título de monitora como el de árbitra. Sánchez es profesor hasta en las entrevistas. Y ahí se esfuerza en dejar claro que el ajedrez aumenta el autoestima, que si muchos de sus alumnos se han atrevido a estudiar en la universidad es porque antes se vieron capaces delante de un tablero. «Las matemáticas ofrecen una solución única a un problema. El ajedrez, sin embargo, te enseña que siempre hay más de una solución, que el orden de las decisiones es importante, que todo consiste en tomar decisiones... Sea el ajedrez sea en la vida». Metáfora por metéfora. Mito sobre mito. Sánchez trabaja desde los 21 años. Fue el más joven maestro de Zaragoza. Se jubiló con 61. Y empeñó 34 en el Marcos Frechín. Ha visto al barrio de Las Fuentes transformarse. Primero llenarse de trabajadores que venían de dentro, luego vaciarse y volverse a llenar de trabajadores como los de antes, pero que venían de fuera. Dentro y fuera, ¿qué querrán decir?

Lo que empezó como cuento acaba como cuento. Primero de Borges luego de todos. Lo que fue sueño sigue soñando.