Logró saltar la valla de Melilla en 2020 y, en cada rincón de su piel, luce una profusa orografía del horror: cicatrices en la espalda de hace seis años, marcas en la cara de hace cinco, el mordisco de un tiburón con sonrisa de cuchilla en brazos, pies y manos de hace cuatro. Como un calendario lleno de grapas desde que naces y no de festivos. Lo malo de ser negro en Europa es que tienes más cicatrices que un blanco. Lo bueno es que no se te nota
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